Recuerdos de la Transgalaica Anfibia. Esa era la casa que buscaba (y 8).

Poniendo todo a punto antes de salir

Bajando del Monasterio de Santo Estebo

Carro cargado con el kayak y los accesorios del mismo

He escrito 7 entradas sobre el tema en facebook y no soy capaz de rematar la historia pasando de puntillas sobre la aventura. Y eso que no he tomado ninguna nota durante el viaje. 
En mi anterior entrada andaba aún embarrancado en la segunda jornada del viaje, así que, a ese ritmo, necesitaría un mínimo de 32, cosa que nadie estará dispuesto a soportar.
Solución: cortar por lo sano.
¿Y cómo se corta por lo sano?
Pues, muy fácil. Se intenta escribir un telegrama con la esencia.
La esencia es lo más intenso del viaje, aquello que verdaderamente te impacta en los sentidos y después en el corazón.
Si no hay ningún impacto, entonces quiere decir que el viaje "ni fu ni fa".
Para que, a cierta edad, se produzcan impacto y explosión de partículas, tienen que darse unas condiciones muy específicas. La cosa no depende necesariamente del paisaje o la singularidad de la aventura. Lo mejor de la Transgalaica Anfibia no han sido los Cañones del Sil o los espectaculares rápidos de Arbo, no.
Lo mejor de la Anfibia ha sido una nueva reencarnación, muy corta y fugaz, por supuesto, como cualquier otra colisión de partículas.
Aún no era noche cerrada cuando, en una curva, al bajar por la carretera en búsqueda de O Remanso dos Patos, la fachada de una casa cerrada me trasladó a una vivencia del pasado, cuando solo tenía 20 años, muchas ganas de vivir y una  inevitable forma de sentir.
Esa era la casa que buscaba. Solo había que encontrar al dueño y preguntarle si la vendía. Después, restaurarla con las manos de mi amada y también las mías... y vivir lejos de la gran ciudad, en aquella curva tan bonita, al abrigo de los vientos del norte, con aquella  vista sobre el río y aquella tierra para que jugaran los niños.

Embarque nocturno en el embalse de Velle.


  

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