5 montañas a pelo. Pierdo la frontal (4)

Penalonga (1.870 m)

Mustallar (1.935 m)

Peña Survia (2.116 m)

Peña Negra (2.119 m)

Peña Trevinca (2.124 m)

El objetivo era salir de casa a pie, hollar las cumbres de las 5 montañas más altas de Galicia y regresar de nuevo a casa con un equipo de 5 cosas, en 5 días y con 5 euros de comida que iban en los bolsillos del mono.
Pocas horas antes de salir debo añadir el teléfono móvil a la equipación, ya que así me lo pide Teresa, mi mujer. Una pequeña concesión que me hace recapacitar sobre lo egoístas que llegamos a ser en ocasiones. Yo puedo ser autosuficiente con 5 cosas o menos, pero debo ponerme también en su lugar y tener en cuenta sus necesidades. 
Una necesidad no es más que una dependencia de algo concreto. Diríamos, pues, que mis pocas necesidades provocan la insatisfacción de las suyas, así que decidí partir con el teléfono móvil, un objeto multifuncional que me permitiría saber la hora, despertar, hacer fotos, informarme sobre el tiempo, publicar en facebook o comumicarme con mi familia para, entre otras cosas, pedir ayuda, como así fue al interrumpirse la travesía debido a las fuertes tormentas, a unos 50 Km de casa.
Cosas del destino o de la falta de atención y cuidado, el caso es que al bajar del Mustallar pierdo la linterna frontal, es decir, me quedo de nuevo con 5 cosas a falta de casi 300 Km de travesía. Me doy cuenta de que no la llevo a 1 Km aproximadamente del collado que separa las faldas del Penalonga y el Mustallar. Sé incluso dónde la he perdido y conozco también la razón por la que no he notado su caída, pero prefiero continuar adelante al estar cercana mi segunda noche y no hacerme demasiada gracia vivaquear a cierta altitud con tan poco equipo. 
La oscuridad total me pilla a unos 5 Km de Burbia, después de desaprovechar una muy buena oportunidad de dormir sobre un colchón de hierba seca, un pequeño montículo en el medio del campo que, a juzgar por su estado, lleva allí varios años.
La decisión de realizar un largo descanso estuvo motivada por tres razones de peso: estaba cansado, no llevaba frontal y, a medida que pasaran las horas, haría cada vez más frío, con lo cual sería muy difícil llegar a perder el sentido.
Tuve suerte al encontrar de nuevo una poca hierba seca al lado de unos castaños. Sin duda la habían cortado para facilitar la recogida del fruto y, aunque parezca mentira, no tenía zarzas ni tojos, lo cual facilitaría bastante el descanso.
Al principio me pareció estar en la gloria, pero una vez que las estrellas comenzaron a brillar, la noche me mostró sus helados colmillos. Igual que lo haría cualquier otro animal en el monte, poco a poco fui sacando paja del colchón para tejer una manta, hasta el punto de quedar pegado al suelo, bajo la capa de hierba que poco a poco se fue saturando de humedad.
El frío y humedad forman la mezcla perfecta para hacer tiritar a cualquiera cuando se encuentra en reposo. Así que a las 4 de la madrugada me puse de  nuevo en pie, más que nada para acabar con aquella insoportable situación y poder entrar en calor.
Por suerte, la arena de la pista no era caliza y sí bastante clara.
Faltaban aún más de 4 horas para que el sol calentara de verdad todos mis huesos.  

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