Anfibia invernal Porma-Riaño. La tarde perfecta (2)


 La tarde del 27 de enero fue un regalo del cielo. Hacía algo de frío, pero lucía el sol como no lo había hecho en muchas jornadas. Además, las cosas me estaban saliendo como esperaba. Debía palear en los embalses aprovechando la luz del día y realizar los tramos terrestres por la noche si se daba el caso, ya que no conocía de antemano los puntos más favorables para embarcar o desembarcar.


La salida del Porma fue bella de verdad. Y permitidme usar esa expresión para definir el ambiente de aquellos momentos. A esa hora de la tarde la masa de agua era opaca y azul oscura, casi negra, contrastando así con un blanco inmaculado de la nieve reforzado por el sol radiante y la atmósfera carente de humedad. El viento del norte producía un inofensivo oleaje que, sin embargo, daba carácter marítimo a lo que solamente era una masa de agua domesticada artificialmente. Y, después,  a mi derecha, aquella gruesa arena, también oscura, que me trasladó inconscientemente a una playa de Alaska que  no he tenido el placer de conocer, pero que existe aquí si te coincide descubrirla mientras se derrite sobre ella la nieve a la hora más bondadosa del día. 




Tal era el placer experimentado en aquellos momentos, que retrasé unos minutos el desembarco para así disfrutar del monótono balanceo acuático y la rítmica del sonido producido por las pequeñas olas. Pero, tarde o temprano, tenía que salir, ya que, en pleno invierno, las tardes no tienen nada. Mientras arrastraba el kayak me giré para fotografiar lo que parecía una meseta elevada muchos metros sobre el mar, un precipicio con los bordes dibujados por la naturaleza a escuadra y cartabón. El precipicio de una masa glaciar o una tarta azul con una enorme tajada que pone al descubierto la nata blanca. Dependiendo todo de cómo se observe la figura y el fondo.


Arriba me esperaba un tramo de carretera, la misma que una semana antes, cubierta de nieve helada, me hizo sufrir de lo lindo. Para quien desee repetir la misma ruta, se puede  navegar un par de kilómetros más y desembarcar en Lodares.


Ahora había que empaquetar todo este desorden.


12 kilos de embarcación sin contar las palas, el respaldo de la barca, el chaleco salvavidas y el inflador. A ello hay que sumar el peso del carro y del equipo de montaña, un litro y medio de agua, la esterilla, las raquetas, una funda vivac... Menos mal que en invierno no necesito comer caliente. 

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